lunes, 26 de marzo de 2018

Nano Peluquero

El día 21 de marzo murió mi padre. Fueron 3 años de un Alzheimer acelerado por un coma diabético, y complicado además por un montón de patologías, que hicieron, probablemente, que todo avanzara a velocidad de vértigo. Tres años en los que nosotros, "Los 4 mosqueteros" (mi hermano, mi cuñada, mi marido y yo) remamos todos a una con un propósito firme que hemos logrado: que mi padre no pisara una residencia. Tres meses, los últimos, duros de cojones, en los que el que le tocaba, debía levantar a mi padre a pulso, cambiarlo, asearlo y sentarlo en su silla de ruedas; en los que fuimos testigos de cómo se iba; en los que tuvimos que recuperarle, en casa, para no ingresarlo en ningún sitio. Hasta que hubo un momento, el pasado 11 de marzo, en que recuperarlo en casa fue imposible y decidimos ingresarle en el hospital donde murió 10 días después, agotado ya de tanta lucha.
El caso es que estamos todos un poco así; tranquilos y agotados, y casi ni nos manifestamos. Y de repente, un parroquiano cariñoso, le escribe esto a mi padre.

No sé quién eres, Alberto Fidalgo, pero gracias. Gracias por tus sentires, y por querer que todo el mundo supiera que se fue un hombre bueno. Hoy voy a dar yo la puntilla, a enseñaros cosas que muchos de vosotros no sabíais de mi padre.

Nano, el peluquero era un currante, un trabajador incansable. Abrió la peluquería en el año 1969 y luchó por ella, como luchó por todo, desde el primer momento.
Se pasaba las noches haciendo postizos en la época en que los postizos se llevaban. Cuando llegaba la hora del cierre, bajaba su trapa y se ponía el café, el tabaco y la labor, y le daba el amanecer currando. Así levantó su negocio y empezó a perder la salud.

Cuando conoció a mi madre y llegamos nosotros se dio cuenta de algo que a la peña ahora todavía le cuesta: conciliar no es conseguir que te abran guarderías en domingo; conciliar es no trabajar en domingo.

Y con esa premisa, juntó a los peluqueros, que hasta ese momento eran un oficio, pero no un gremio, y promovió la sección de peluqueros de la Federación Leonesa de Empresarios, entidad, por cierto, que hemos echado de menos estos días.
Esta sección unificó horquillas de precios, para que hubiera unos estándares por debajo de los cuales se considerase "competencia desleal", y consiguió que se cerrara los domingos y festivos en León.
Y así, todos los domingos los dedicaba a llevar a sus hijos a tomar un butano al Barrio Húmedo y dar una vuelta por el Rastro.

Nano, el peluquero, era además, un hombre sociable y cariñoso, que tenía un mapa mental de todos los vecinos de su barrio. Sabía a quién le iba bien y a quién no tanto. Siempre tenía una palabra amable, una mano tendida para quien lo necesitaba. Y eso, mira tú, no lo perdió jamás. Por eso había mucha gente que no se creía que tenía Alzheimer, porque cuando se lo encontraba por la calle le preguntaba por el padre enfermo o tenía un recuerdo cariñoso para el hermano fallecido.

Nano, el peluquero, fue un maestro cariñoso y entregado, que consiguió que sus aprendices, luego convertidos en trabajadores, pudieran labrarse un futuro como peluqueros independientes, y ya de paso, que le quisieran como hijos. De hecho, la relación que tenemos con su primer aprendiz, que desde hace años tiene su propia peluquería, Miguel del Ser, es de hermanos.

Nano, el peluquero, fue un padre cojonudo de más de dos niños (los suyos). Recuerdo hace mil años, una conversación con mi primo/hermano mayor y ahijado suyo, que me decía que si había tenido un padre, ese era el mío.
Mi padre trabajaba como un mulo, un montón de horas seguidas. Y sin embargo, los recuerdos de niñez que yo tengo es de mi padre a cuatro patas en el salón haciéndonos a mi hermano y a mi de caballito. Recuerdo las salidas al campo en cuanto empezaba a hacer bueno. Las visitas al rastro.

Nano, el peluquero, tenía un carácter endemoniado, como el mío. Un pronto que puede ser bueno a veces, pero otras no trae más que inconvenientes.

Nano, el peluquero, fue un hombre bueno, y así me lo ha dicho cada una de las personas (y fueron muchas) que acudieron a su funeral el jueves.

Gracias